miércoles, 23 de junio de 2010

Un cuento de motivación al cambio "¿Quién se ha llevado mi queso?" -Spencer Johnson


¿Quién se ha llevado mi queso?
Spencer Johnson

El cuento.

Érase una vez un país muy lejano en el que vivían cuatro personajes.
Todos corrían por un laberinto en busca del queso con que se alimentaban y los hacía felices.

Dos de ellos eran ratones, y se llamaban Oliendo y Corriendo (Oli y Corri para sus amigos); los otros dos eran personitas, seres del tamaño de los ratones, pero que tenían un aspecto y una manera de actuar muy parecida a los de los humanos actuales. Sus nombres eran Kif y Kof.

Debido a su pequeño tamaño, resultaba difícil ver qué estaban haciendo, pero si mirabas de cerca descubrías cosas asombrosas.
Tanto los ratones como las personitas se pasaban el día en el laberinto buscando su queso favorito.

Oli y Corri, los ratones, aunque solo poseían cerebro de roedores, tenían muy buen instinto y buscaban el queso seco y curado que tanto gusta a estos animalitos.

Kif y Kof, las personitas, utilizaban un cerebro repleto de creencias para buscar un tipo muy distinto de Queso –con mayúscula-, que ellos creían que los haría ser felices y triunfar.

Por distintos que fueran los ratones y las personitas, tenían algo en común: todas las mañanas se ponían su chándal y sus zapatillas deportivas, salían de su casita y se precipitaban corriendo hacia el laberinto en busca de su queso favorito.

El laberinto era un dédalo de pasillos y salas, y algunas de ellas contenían delicioso queso.
Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida que no llevaban a ningún sitio.
Era un lugar en el que resultaba muy fácil perderse.
Sin embargo, para los que daban con el camino, el laberinto albergaba secretos que les permitían disfrutar de una vida mejor.
Para buscar queso, Oli y Corri, los ratones, utilizaban el sencillo pero ineficaz método del tanteo.
Recorrían un pasillo, y si estaba vacío, daban media vuelta y recorrían el siguiente.
Oli olfateaba el aire con su gran hocico a fin de averiguar en qué dirección había que ir para encontrar queso, y Corri se abalanzaba hacia allí.
Como imaginaréis, se perdían, daban muchas vueltas inútiles y a menudo chocaban contra las paredes.
Sin embargo, Kif y Kof, las dos personitas, utilizaban un método distinto que se basaba en su capacidad de pensar y aprender de las experiencias pasadas, aunque a veces sus creencias y emociones los confundían.

Con el tiempo, siguiendo cada uno su propio método, todos encontraron ,lo que habían estado buscando: un día, al final de uno de los pasillos, en la Gran central Quesera Q, dieron con el tipo de queso que querían.

A partir de entones, los ratones y las personitas se ponían todas las mañanas sus prendas deportivas y se dirigían a la Gran central Quesera Q.
Al poco, aquello se había convertido en una costumbre para todos.
Oli y Corri se despertaban temprano todas las mañanas, como siempre, y corrían por el laberinto siguiendo la misma ruta
Cuando llegaban a su destino, los ratones se quitaban las zapatillas y se las colgaban al cuello para tenerlas a mano en el momento en que volvieran a necesitarlas.
Luego, se dedicaban a disfrutar del queso.
Al principio, Kif y Kof también iban corriendo todos los días hasta la Central Quesera Q para paladear los nuevos y sabrosos bocados que los aguardaban
Pero, al cabo de un tiempo, las personitas fueron cambiando de costumbres.
Kif y Kof se despertaban cada día más tarde, se vestían más despacio e iban caminando hacia la central Quesera Q.
Al fin y al cabo, sabían dónde estaba el queso y cómo llegar a él.
No tenían ni idea de la procedencia del queso ni sabían quién lo ponía allí. Simplemente suponían que estaría en su lugar.
Todas las mañanas, cuando llegaban a la Central Quesera Q, Kif y Kof se ponían cómodos, como si estuvieran en casa.
Colgaban sus chándals, guardaban las zapatillas y se ponían las pantuflas.
Como ya habían encontrado el queso, cada vez se sentían más a gusto.
-Esto es una maravilla –dijo Kif-. Aquí tenemos queso suficiente para toda la vida.
Las personitas se sentían felices y contentas, pensando que estaban a salvo para siempre.
No tardaron mucho en considerar suyo el queso que se habían encontrado en la Central Quesera Q.
Y había tal cantidad almacenada allí que, poco después, trasladaron su casa cerca de la Central y construyeron una vida social alrededor de ella.
Para sentirse más a gusto, Kif y Kof decoraron las paredes con frases e incluso pintaron trozos de queso que los hacían sonreír.
Una de las frases decía:

TENER QUESO HACE FELIZ.
En ocasiones, Kif y Kof llevaban a sus amigos a ver los trozos de queso que se apilaban en la central Quesera Q.

Unas veces los compartían con ellos y otras, no.
-Nos merecemos este queso –dijo Kif-. Realmente tuvimos que trabajar muy duro y durante mucho tiempo para conseguirlo. –Tras estas palabras, recogió un trozo y se lo comió.
Después, Kif se quedó dormido, como solía ocurrirle.
Todas las noches, las personitas volvían a sus casas cargadas de queso, y todas las mañanas regresaban, confiadas, a por más a la central Quesera Q.
Todo siguió igual durante algún tiempo.
Pero al cabo de unos meses, la confianza de Kif y Kof se convirtió en arrogancia. 
Se sentían tan a gusto que ni siquiera advertían lo que estaba ocurriendo.
El tiempo pasaba, y Oli y Corri seguían haciendo lo mismo todos los días.
Por la mañana, llegaban temprano a la Central Quesera Q y husmeaban, escarbaban e inspeccionaban la zona para ver si había cambios con respecto al día anterior.
Luego se sentaban y se ponían a mordisquear queso.
Una mañana, llegaron a la central Quesera Q y descubrieron que no había queso.
No les sorprendió.
Como habían notado que las reservas de queso habían ido disminuyendo poco a poco, Oli y Corri estaban preparados para lo inevitable e, instintivamente, enseguida supieron lo que tenían que hacer.
Se miraron el uno al otro, cogieron las zapatillas deportivas que llevaban atadas al cuello, se las calzaron y se las anudaron.
Los ratones no se perdían en análisis profundo de las cosas.
Y tampoco tenían que cargar con complicados sistemas de creencias.
Para los ratones, tanto el problema como la solución eran simples.
La situación en la Central Quesera Q había cambiado.
Por lo tanto, Oli y Corri decidieron cambiar.
Ambos asomaron la cabeza por el laberinto. Entonces, Oli alzó el hocico, husmeó y asintió con la cabeza, tras lo cual, Corri se lanzó a correr por el laberinto y Oli lo siguió lo más deprisa que pudo.
Ya se habían puesto en marcha en busca de queso nuevo
Ese mismo día, más tarde, Kif y Kof hicieron su aparición en la central Quesera Q.
No habían prestado atención a los pequeños cambios que habían ido produciéndose y, por lo tanto, daban por sentado que su queso seguiría allí
La nueva situación los pilló totalmente desprevenidos
-¿Qué? ¿No hay queso? –gritó Kif-. ¿No hay queso? –repitió muy enojado, como si gritando fuese a conseguir que alguien se lo devolviera
-. ¿Quién se ha llevado mi queso? –bramó, indignado.
Finalmente, con los brazos en jarras y el rostro enrojecido de ira, vociferó
-¡Esto no es justo!
Kof sacudió negativamente la cabeza con gesto de incredulidad.
Él también había dado por supuesto que en la central Quesera Q habría queso, y se quedó paralizado por la sorpresa.
No estaba preparado para aquello.
Kif gritaba algo, pero Kof no quería de escucharlo.
No tenía ganas de enfrentarse a lo que tenía delante, así que desconectó de la realidad.
La conducta de las personitas no era agradable ni productiva, pero sí comprensible.
Encontrar queso no había sido fácil, y para las personitas eso significaba mucho más que tener todos los días la cantidad necesaria del mismo.
Para las personitas, encontrar queso era dar con la manera de obtener lo que creían que necesitaban para ser felices. Cada uno tenía, según fueran sus gustos, su propia idea de lo que significaba el queso.
Para algunas, encontrar queso era poseer cosas materiales.
Para otras, disfrutar de una buena salud o alcanzar la paz interior
Para Kof, el queso significaba simplemente sentirse a salvo, tener algún día una estupenda familia y una confortable casa en la calle Cheddar.
Para Kif, significaba convertirse en un Gran Queso con otros a su cargo y tener una hermosa mansión en lo alto de las colinas Camembert.
Como el queso era muy importante para ellas, las dos personitas se pasaron mucho tiempo decidiendo qué hacer. Al principio, lo único que se les ocurrió fue inspeccionar a fondo la central Quesera Q para comprobar si realmente el queso había desparecido.
Mientras que Oli y Corri ya se habían puesto en marcha, Kif y Kof continuaban vacilando y titubeando.
Despotricaron y se quejaron de lo injusto que era todo lo ocurrido, y Kof empezó a deprimirse.
¿Qué sucedería si al día siguiente tampoco encontraban el queso?
Había hecho muchos planes para el futuro basados en aquel queso...
Las personitas no daban crédito a lo que veían. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? Nadie les había avisado.
No estaba bien. Se suponía que esas cosas no tenían que pasar.
Aquella noche, Kif y Kof volvieron a casa hambrientos y desanimados; pero, antes de marcharse de la Central Quesera Q, Kof escribió en la pared:

CUANTO MÁS IMPORTANTE ES EL QUESO PARA UNO, MÁS SE DESEA CONSERVARLO.


Al día siguiente, Kif y Kof salieron de sus respectivas casas y volvieron a la Central Quesera Q, donde esperaban encontrar, de una manera o de otra, su queso.

Pero la situación no había cambiado: el queso seguía sin estar allí. Las personitas no sabían qué hacer. Kif y Kof se quedaron paralizados, inmóviles como estatuas.
Kof cerró los ojos lo más fuerte que pudo y se tapó los oídos con las manos.
Quería desconectar de todo. Se negaba a reconocer que las reservas de queso habían ido disminuyendo de manera gradual.
Estaba convencido de que habían desaparecido de repente.

Kif analizó la situación una y otra vez, y, al final, su complicado cerebro dotado de un enorme sistema de creencias empezó a funcionar.
-¿Por qué me han hecho esto? –se preguntó- ¿Qué está pasando aquí?
Kof abrió los ojos, miró a su alrededor e inquirió:
-Por cierto, ¿Dónde están Oli y Corri? ¿Crees que sepan algo que nosotros no sabemos?
-¿Qué quieres que sepan? –espetó Kif en tono de desprecio- No son más que ratones. Reaccionan ante lo que ocurre. Nosotros somos personitas. Somos especiales. Tendríamos que ser capaces de dar con la solución. Además, merecemos mejor suerte que ellos. Esto no debería ocurrirnos, y si nos ocurre, al menos tendríamos que recibir una compensación.

-¿Por qué tendríamos que recibir una compensación? –quiso saber Kof.
-Porque tenemos derecho.
-¿Derecho a qué? –preguntó Kof.
-Tenemos derecho a nuestro queso.
-¿Por qué? –insistió Kof.
-Porque este problema no lo hemos causado nosotros –respondió Kif- Alguien ha provocado esta situación y nosotros tenemos que sacar algún provecho de ella.
-Tal vez sería mejor no analizar tanto la situación. Lo que deberíamos hacer es ponernos en marcha de inmediato y buscar queso nuevo –sugirió Kof.
-Oh, no –repuso Kif- Voy a llegar al fondo de todo esto.
Mientras Kif y Kof seguían discutiendo lo que debían hacer, Oli y Corri ya se habían puesto en marcha y ya habían recorrido muchos pasillos, buscando queso en todas las centrales queseras que encontraban en su camino.
No pensaban en otra cosa que no fuera encontrar queso nuevo.
Pasaron mucho tiempo sin encontrar nada hasta que, al final, llegaron a una zona del laberinto en la que nunca habían estado: la Central Quesera N.
Al entrar profirieron un grito de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran reserva de queso.
No podían dar crédito a sus ojos. Era la cantidad más grande de queso que los ratones hubieran visto en toda su vida
Mientras, Kif y Kof seguían en la Central Quesera Q evaluando la situación. Empezaban a sufrir los efectos de la falta de queso. Cada vez estaban más frustrados y enfadados, y se culpaban el uno al otro de la situación en la que se hallaban.
De vez en cuando, Kof se acordaba de sus amigos los ratones, y se preguntaba si Oli y Corri ya habrían encontrado queso. Pensaba que debían estar pasando momentos muy duros, porque correr en el laberinto siempre conllevaba incertidumbre, pero también sabía que no estarían en apuros mucho tiempo.
A veces, Kof imaginaba que Oli y Corri habían encontrado queso nuevo y los veía disfrutando de él. Pensaba en lo bien que le sentaría andar a la aventura por el laberinto y encontrar un queso nuevo. Casi podía saborearlCuanto más clara era la imagen que Kof tenía de sí mismo encontrando y probando el nuevo queso, más ganas le entraban de marcharse de la Central Quesera Q.
-¡Vámonos! –exclamó de repente
-No –replicó Kif rápidamente-. Estoy muy bien aquí, es un lugar cómodo y conocido. Además, salir fuera es peligroso.
-No, no lo es –repuso Kof-. Hemos recorrido ya muchas zonas del laberinto, y podemos hacerlo otra vez
-Soy demasiado viejo para eso –dijo Kif-. Y no tengo ningún interés en perderme ni en engañarme a mí mismo. ¿Tú sí?
Estas palabras hicieron que Kof volviera a sentir miedo al fracaso, y sus esperanzas de encontrar queso nuevo se desvanecieron.
Así que las personitas siguieron haciendo todos los días lo mismo que habían hecho hasta entonces: ir a la Central Quesera Q, no encontrar queso y volver a casa, llevando consigo sus desasosiegos y frustraciones.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada vez les costaba más conciliar el sueño, y por la mañana tenían menos energía y estaban más irritables.

Sus casas no eran los sitios acogedores que habían sido. Las personitas sufrían de insomnio, y cuando conseguían dormir tenían pesadillas en las que no encontraban el queso.

Pero Kif y Kof seguían volviendo todos los días a la central Quesera Q y, una vez allí, se limitaban a esperar.

-Si nos esforzáramos un poco –dijo Kif-, tal vez descubriríamos que en realidad las cosas no han cambiado tanto. Es probable que el queso esté cerca. Quizá está escondido detrás de la pared.

Al día siguiente, Kif y Kof volvieron con herramientas. Kif sujetó el cincel y Kof lo golpeó con el martillo hasta que hicieron un agujero en la pared de la Central Quesera Q. Miraron a través de él, pero no encontraron el queso.

Se sintieron decepcionados, pero creían que podían solucionar el problema. Por eso empezaron a trabajar más temprano, lo hacían con más ahínco y acababan más tarde, pero lo único que consiguieron fue tener un enorme agujero en la pared.

Kof empezó a comprender la diferencia entre actividad y productividad.

-Tal vez –dijo Kif-, lo único que debemos hacer es quedarnos sentados y ver qué pasa. Tarde o temprano tendrán que volver a poner el queso.

Kof quería creer que Kif tenía razón, así que todas las noches se iba a casa a descansar y a la mañana siguiente volvía con su amigo, de mala gana, a la Central Quesera Q.
Pero el queso seguía sin aparecer.
Las personitas estaban cada vez más débiles debido al hambre y al estrés. Kof empezaba a cansarse de esperar que la situación mejorase.
Comenzaba a comprender que cuanto más tiempo estuvieran sin queso, peor se encontrarían.
Kof sabía que estaba perdiendo la agudeza.
Finalmente, un día Kof empezó a reírse de sí mismo.
“Mírate Kof, mírate – se decía-. Cada día hago las mismas cosas, una y otra vez, y me pregunto por qué la situación no mejora. Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso divertido.”

A Kof no le gustaba la idea de tener que correr de nuevo por el laberinto, porque sabía que se perdería y no tenía ninguna certeza de que fuera a encontrar más queso, pero, al ver lo estúpido que se estaba volviendo por culpa del miedo, tuvo que reírse de sí mismo.
-¿Dónde has puesto nuestros chándals y nuestras zapatillas deportivas? –le preguntó a Kif.
Tardaron mucho tiempo en dar con ellos porque, cuando tiempo atrás habían encontrado queso en la Central Quesera Q, los habían guardado al fondo de todo pensando que ya no los necesitarían nunca más.
Cuando Kif vio a su amigo poniéndose el chándal, le preguntó:
-No irás a salir al laberinto otra vez, ¿Verdad? ¿Por qué no te quedas aquí conmigo, esperando que devuelvan el queso?
-Mira, Kif, no entiendes lo que pasa. Yo tampoco quería verlo, pero ahora me doy cuenta de que ya no nos devolverán aquel queso. Ese queso pertenece al pasado y ha llegado la hora de encontrar uno nuevo.
-Pero ¿Y si no hay más? –repuso Kif-. Y aún en caso de que haya, ¿Y si no lo encuentras?
-No lo se –respondió Kof.
Se había formulado miles de veces esas dos preguntas y empezó a sentir de nuevo que el miedo lo paralizaba.

Luego empezó a pensar en encontrar queso nuevo y en todas las cosas buenas que eso significaría.
Entonces hizo acopio de fuerzas y dijo:
-A veces, las cosas cambian y nunca vuelven a ser como antes. Creo que estamos en una situación de este tipo, Kif. ¡Así es la vida! La vida se mueve y nosotros también debemos hacerlo.
Kof miró a su demacrado compañero e intentó hacerlo entrar en razón, pero el miedo de Kif se había convertido en ira y no quiso escucharle.
Kof no quería ser brusco con su amigo, pero no pudo evitar reírse de lo estúpidamente que ambos se estaban comportando.
Mientras Kof se preparaba para salir, empezó a sentirse más vivo al tomar conciencia de por fin era capaz de reírse de sí mismo, vencer el miedo y seguir adelante.
-¡Ha llegado el momento de volver al laberinto! –anunció-.
Kif no se rió ni reaccionó.
Kof recogió una pequeña piedra afilada y escribió un pensamiento serio en la pared para que su amigo reflexionase sobre él.
Tal como tenía por costumbre, Kof incluso dibujó un trozo de queso alrededor de las palabras con la esperanza de hacer sonreír a Kif y de animarlo a buscar un nuevo queso, pero su amigo no quiso mirar.
En la pared se leía:
SI NO CAMBIAS, TE EXTINGUES.

A continuación, Kof asomó la cabeza y observó el laberinto con ansiedad.
Pensó en cómo había llegado a aquella situación de carencia de queso.
Había creído que posiblemente no hubiera queso en el laberinto o que no iba a ser capaz de encontrarlo. Aquellos pensamientos llenos de miedo lo estaban paralizando y acabarían por matarlo.
Kof sonrió.
Sabía que Kif se estaba preguntando “¿Quién se ha llevado mi queso?”, pero lo que él se preguntaba era “¿Por qué no me puse en marcha antes, por qué no me moví cuando se movió el queso?”
Al adentrarse en el laberinto, Kof miró hacia atrás, consciente de la comodidad del espacio que dejaba, y se sintió atraído hacia aquel territorio conocido pese a que llevaba mucho tiempo allí sin encontrar queso.
Kof se sentía cada vez más angustiado, y se preguntó si realmente quería volver al laberinto.
Escribió una frase en la pared que tenía delante y se quedó un rato mirándola.

¿QUÉ HARÍAS SI NO TUVIESES MIEDO?
Pensó en ello.
Sabía que, a veces, un poco de miedo es bueno.
Cuando tienes miedo de que las cosas empeoren si no haces algo, el miedo puede incitarte a la acción, pero, cuando te impide hacer algo, el miedo no es bueno.
Miró hacia la derecha.
Era una zona del laberinto en la que nunca había estado y sintió miedo.
Entonces, respiró hondo y se adentró en el laberinto, avanzando con paso veloz hacia lo desconocido
Mientras intentaba encontrar el buen camino, lo primero que pensó fue que tal vez se había quedado esperando demasiado tiempo en la Central Quesera Q.
Hacía tanto tiempo que no comía queso que se encontraba débil.
Recorrer el laberinto le exigió más tiempo y esfuerzo de lo acostumbrado.
Decidió que si alguna vez volvía a pasarle algo parecido, se adaptaría al cambio más deprisa. Eso facilitaría las cosas
“Más vale tarde que nunca”, se dijo con una exangüe sonrisa.
Durante los días sucesivos, Kof encontró un poco de queso aquí y allá, pero no eran cantidades que durasen mucho tiempo.
Esperaba encontrar una buena ración para llevársela a Kif y animarlo a que viera el laberinto.
Pero Kof todavía no había recuperado la suficiente confianza en sí mismo.
Tuvo que admitir que se desorientaba en el laberinto.
Las cosas parecían haber cambiado desde la última vez que había estado allí.
Justo cuando pensaba que había encontrado la dirección correcta, se perdía en los pasillos.
Era como si diera dos pasos adelante y uno atrás.
Era todo un reto, pero tuvo que admitir que volver a recorrer el laberinto en busca de queso no era tan terrible como había temido
Con el paso del tiempo, comenzó a preguntarse si la esperanza de encontrar queso nuevo era realista.
¿No sería un sueño?
De inmediato se echó a reír, al darse cuenta de que llevaba tanto tiempo sin dormir que era imposible que soñase.
Cada vez que empezaba a desalentarse, se recordaba a sí mismo que lo que estaba haciendo, por incómodo que le resultase en aquel momento, era mucho mejor que quedarse de brazos cruzados sin queso.
Estaba tomando las riendas de su vida en vez de dejar simplemente que las cosas ocurrieran.
Luego se recordó que si Oli y Corri eran capaces de aventurarse, él también lo era.
Más tarde, Kof reconstruyó los hechos y llegó a la conclusión de que el queso de la Central Quesera Q no había desaparecido de la noche a la mañana como había creído al principio.
En los últimos tiempos, había cada vez menos queso y además, el que quedaba, ya no sabía tan bien.
Tal vez el queso había empezado a enmohecerse y él no lo había notado. 
Tuvo que admitir, sin embargo, que si hubiera querido se habría percatado de lo que estaba ocurriendo.
Pero no lo había hecho.
En aquel momento comprendió que el cambio no lo habría pillado por sorpresa si se hubiera fijado en que este se iba produciendo gradualmente y lo hubiese previsto.
Quizá era eso lo que Oli y Corri habían hecho.
Se detuvo a descansar, y escribió en la pared del laberinto:

HUELE EL QUESO A MENUDO PARA SABER CUÁNDO EMPIEZA A ENMOHECERSE.

Cuando llevaba sin encontrar queso durante un tiempo que le pareció muy largo, Kof llegó a una inmensa central Quesera que tenía un aspecto prometedor. Pero cuando entró sufrió una gran decepción al ver que estaba totalmente vacía
“Ya he tenido esa sensación de vacío con demasiada frecuencia”, pensó, con ganas de abandonar la búsqueda.
A Kof empezaban a flaquearle las fuerzas. Sabía que estaba perdido y temía no sobrevivir.
Pensó en dar marcha atrás y regresar a la central Quesera Q.
Al menos si lo conseguía y Kif estaba aún allí, no se sentiría tan solo.
Entonces volvió a formularse la misma pregunta de antes: ¿Qué haría si no tuviera miedo?.
Tenía miedo más a menudo de lo que estaba dispuesto a admitir.
No siempre estaba seguro de qué era lo que le daba miedo, pero en aquel estado de debilidad supo que tenía miedo de seguir avanzando solo.
Kof no se percataba, pero se estaba quedando atrás por culpa de sus miedos.
Se preguntó si Kif se habría movido o seguiría paralizado por sus miedos.
Entonces, Kof recordó las ocasiones en las que se había sentido más a gusto en el laberinto.
Siempre habían sido estando en movimiento.
Escribió una frase en la pared, sabiendo que era tanto un recordatorio para sí mismo como una señal por si su compañero Kif se decidía a seguirlo:

AVANZAR EN UNA DIRECCIÓN NUEVA AYUDA A ENCONTRAR UN NUEVO QUESO.


Kof miró el oscuro corredor y fue conciente de su miedo.
¿Qué le esperaba ahí dentro?, ¿Estaba vacío? O peor aún: ¿Había peligros desconocidos?
Empezó a imaginar todo tipo de cosas aterradoras que podían ocurrirle.
Cada vez sentía más pavor.

Entonces se rió de sí mismo.
Comprendió que lo único que hacían sus miedos era empeorar las cosas.
Por eso, hizo lo que hubiera hecho de no tener miedo: avanzó en una nueva dirección.

Cuando empezó a correr por el oscuro pasillo, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Kof todavía no lo comprendía, pero estaba descubriendo lo que alimentaba su alma.
Se sentía libre y tenía confianza en lo que le aguardaba, aunque no supiera exactamente qué era.
Para su sorpresa, vio que cada vez se lo pasaba mejor.
“¿Por qué me siento tan bien? –se preguntó-. No tengo ni una pizca de queso ni sé hacia dónde voy.”
No tardó en comprender porqué se sentía de aquel modo.
Y se entretuvo para escribir de nuevo en la pared.

CUANDO DEJAS ATRÁS EL MIEDO, TE SIENTES LIBRE.
Kof comprendió que había sido prisionero de su propio miedo.
Avanzar en una dirección nueva lo había liberado.
En ese momento notó la brisa que corría por aquella parte del laberinto y le pareció refrescante.
Respiró hondo unas cuantas veces y se sintió revitalizado.
Después de haber dejado atrás el miedo, todo resultó mucho más agradable de lo que él había pensado que sería.
Hacía mucho tiempo que no se sentía de aquella manera.
Casi había olvidado lo divertido que era.
Para que todo fuera aún mejor, Kof empezó a hacer un dibujo en su mente.
Se veía con todo detalle y gran realismo, sentado en medio de un montón de sus quesos favoritos, desde el Cheddar hasta el brie. 
Se vio comiendo de todos los quesos que le gustaban y disfrutó con lo que vio. 
Luego imaginó lo felicísimo que lo harían todos aquellos sabores.
Cuanto más clara veía la imagen del nuevo queso, más real se volvía y presentía que iba a encontrarlo.
Kof escribió de nuevo en la pared

IMAGINARSE DISFRUTANDO DEL QUESO NUEVO ANTES INCLUSO
 
DE ENCONTRARLO CONDUCE HACIA ÉL.

“¿Por qué no lo había hecho antes?”, se preguntó.
Entonces echo a correr por el laberinto con más energía y agilidad, Al poco, localizó otra central Quesera en cuya puerta vio, con gran expectación, unos pedacitos de un nuevo queso.
Vio tipos de queso que no conocía pero que tenían un aspecto fantástico.
Los probó y le parecieron deliciosos.
Comió casi de todos y se guardó unos trozos en el bolsillo para más tarde y quizá para compartirlos con su amigo Kif.
Empezó a recuperar las fuerzas.
Entró a la central Quesera muy excitado.
Pero, para su consternación, descubrió que estaba vacía.
Allí ya había estado alguien y sólo había dejado unos pedazos pequeños del nuevo queso.
Comprendió que si se hubiera movido antes, con toda probabilidad, habría encontrado allí más cantidad de queso.
Kof decidió volver atrás y averiguar si Kif estaba dispuesto a acompañarlo
Mientras desandaba el camino, se detuvo y escribió en la pared:

CUANTO ANTES SE OLVIDA EL QUESO VIEJO, ANTES SE ENCUENTRA
EL NUEVO QUESO.

Al cabo de un rato, Kof llegó a la Central Quesera Q y encontró allí a Kif.
Le ofreció unos pedazos de queso, pero su amigo los rechazó.
Kif le agradeció el gesto, pero dijo:
-No creo que me guste ese nuevo queso. No estoy acostumbrado a él. Yo quiero que me devuelvan mi queso, y no voy a cambiar de actitud hasta que eso ocurra.
Kof sacudió la cabeza, decepcionado, y volvió a salir solo.
Mientras regresaba al punto mas alejado del laberinto al que había llegado, aunque echaba de menos a su amigo, le gustaba lo que iba descubriendo.
Incluso antes de encontrar lo que esperaba que fuese una gran reserva de queso nuevo, si es que llegaba a encontrarla, sabía que no era sólo tener queso lo que le hacía sentirse feliz.
Se sentía feliz porque no lo dominaba el miedo y porque le gustaba lo que estaba haciendo en aquellos momentos.
Al darse cuenta de ello, no se sintió tan débil como cuando estaba sin queso en la central Quesera Q.
El mero hecho de saber que no permitía que el miedo lo paralizase y que había tomado una nueva dirección le daba fuerzas.
En esos instantes supo que encontrar lo que necesitaba era solo cuestión de tiempo.
De hecho, ya había encontrado lo que buscaba.
Sonrió y escribió en la pared:

ES MÁS SEGURO BUSCAR EN EL LABERINTO QUE QUEDARSE DE BRAZOS
CRUZADOS SIN QUESO


Kof advirtió de nuevo, como ya lo había hecho antes, que lo que nos da miedo nunca es tan malo como imaginamos.
El miedo que dejamos crecer en nuestra mente es peor que la situación real.

Había temido tanto no encontrar queso que ni siquiera se había atrevido a buscarlo.
Sin embargo, desde que había empezado el recorrido había encontrado queso suficiente para sobrevivir.
Y esperaba encontrar más.
Mirar hacia delante era excitante.
Su antigua manera de pensar se había visto afectada por temores y preocupaciones.
Antes pensaba en la posibilidad de no tener bastante queso o de que no le durase el tiempo necesario.
Solía pensar más en lo que podía ir mal que en lo que podía ir bien.
Por eso había cambiado desde que dejó la central Quesera Q.
Antes pensaba que el queso no debía moverse nunca de su sitio y que los cambios no eran buenos.
Ahora veía que era natural que se produjeran cambios constantes, tanto si uno los esperaba como si no.
Los cambios solo podían sorprenderte si no los esperabas ni contabas con ellos.
Cuando advirtió que su sistema de creencias había cambiado, hizo una pausa para escribir en la pared:

LAS VIEJAS CREENCIAS NO CONDUCEN AL NUEVO QUESO.

Kof todavía no había encontrado nada de queso, pero mientras corría por el laberinto pensó en lo que había aprendido hasta entonces.
Advirtió que las nuevas creencias estimulaban conductas nuevas.
Se estaba comportando de una manera muy distinta que cuando volvía día tras día a la misma Central Quesera vacía.
Supo que, al cambiar de creencias, había cambiado de forma de actuar.
Todo dependía de lo que decidiera creer.
Escribió de nuevo en la pared:

CUANDO VES QUE PUEDES ENCONTRAR NUEVO QUESO Y DISFRUTAR DE ÉL
CAMBIAS DE TRAYECTORIA.

Kof supo que, si hubiera aceptado antes el cambio y hubiese salido enseguida de la Central Quesera Q, ahora se encontraría mucho mejor.
Se sentiría mas fuerte física y mentalmente y habría afrontado mejor el reto de buscar un nuevo queso.
En realidad, si hubiera previsto el cambio, en vez de perder el tiempo negando que éste se había producido, probablemente ya habría encontrado lo que buscaba.
Hizo acopio de fuerzas y decidió explorar las zonas más desconocidas del laberinto.
Encontró pedazos de queso aquí y allá, y recuperó el ánimo y la confianza en sí mismo.
Mientras pensaba en el camino que llevaba recorrido desde que había salido de la Central Quesera Q, se alegró de haber escrito frases en diversos puntos.
Esperaba que esas frases le indicaran el camino a Kif si este decidía salir en busca del queso.
Se detuvo y escribió en la pared lo que llevaba tiempo pensando:

NOTAR ENSEGUIDA LOS PEQUEÑOS CAMBIOS AYUDA A ADAPTARSE A LOS CAMBIOS MÁS GRANDES QUE ESTÁN POR LLEGAR.

En esos momentos, Kof ya se había liberado del pasado y se estaba adaptando al futuro.
Avanzó por el laberinto con más energía y a mayor velocidad.
Y al poco, lo que estaba esperando ocurrió
Cuando ya le parecía que llevaba toda la vida en el laberinto, su viaje (o al menos aquella parte del viaje) terminó rápida y felizmente.
¡Encontró un nuevo queso en la Central Quesera N!

Al entrar, se quedó pasmado por lo que vio.
Había las montañas más grandes de queso que hubiera visto jamás.
No los reconoció todos, ya que algunos eran totalmente nuevos para él.
Por unos momentos se preguntó si aquello era real o sólo producto de su imaginación, pero entonces vio a Oli y Corri.
Oli le dio la bienvenida con un movimiento de la cabeza, y Corri lo saludó con la pata.
Sus abultadas barriguitas indicaban que llevaban allí mucho tiempo.
Kof les devolvió el saludo y enseguida se puso a probar sus quesos favoritos.
Se quitó las zapatillas y el chándal y lo dobló cuidadosamente, dejándolo a su lado por si lo necesitaba de nuevo.
Cuando hubo comido hasta la saciedad, recogió un pedazo del nuevo queso y lo alzó hacia el cielo en señal de brindis.
-¡Por el cambio!.
Mientras saboreaba el nuevo queso, Kof pensó en todo lo que había aprendido.
Se percató de que, mientras había tenido miedo al cambio, se había aferrado a la ilusión de un queso viejo que ya no existía.
¿Qué lo había hecho cambiar? ¿Había sido el miedo a morir de hambre?
“Bueno, eso también ha contribuido”, se dijo Kof.
Entonces se echó a reír y se dio cuenta de que había empezado a cambiar cuando había aprendido a reírse de sí mismo y de lo mal que estaba actuando.  
Advirtió que la manera más rápida de cambiar es reírse de la propia estupidez. 
Después de hacerlo, uno ya es libre y se puede seguir avanzando.
Supo que había aprendido algo muy útil de Oli y Corri, sus amigos los ratones, sobre el hecho de avanzar. Los ratones llevan una vida simple. 
No analizaban en exceso ni complicaban demasiado las cosas
Cuando la situación cambió y el queso se movió de sitio, ellos hicieron lo mismo.
Kof prometió no olvidar eso.
Entonces utilizó su maravilloso cerebro para hacer algo que las personitas pueden hacer mejor que los ratones.
Reflexionó sobre los errores cometidos en el pasado y los utilizó para trazar un plan para su futuro.
Supo que uno podía aprender a convivir con el cambio.
Uno podía ser más conciente de la necesidad de conservar las cosas sencillas, ser más flexible y moverse más deprisa.
No servía de nada complicar las cosas o confundirse a uno mismo con creencias que dan miedo.
Si uno advertía cuándo empezaban a producirse los cambios pequeños, estaría más preparado para el gran cambio que antes o después seguramente se produciría.

Kof se dio cuenta de que era necesario adaptarse deprisa, porque si uno no lo hacía, tal vez no podría adaptarse jamás.

Tuvo que admitir que el inhibidor más grande de los cambios está dentro de uno mismo y que las cosas no mejoran mientras uno no cambia.
Pero lo más importante de todo era que, cuando te quedabas sin el queso viejo, en otro lugar siempre había un queso nuevo, aunque en el momento de la pérdida no lo vieras.
Y que te veías recompensado con ese queso nuevo tan pronto como dejabas atrás los miedos y disfrutabas de la aventura de la búsqueda.
Supo que el miedo era algo que uno debe respetar, ya que te aparta del peligro verdadero, pero advirtió que casi todos sus miedos eran irrazonables y que lo habían apartado del cambio, cuando lo que él realmente necesitaba era cambiar.
Cuando se produjo el cambio, no le había gustado, pero ahora comprendió que había sido una bendición, ya que lo había llevado a encontrar un queso mejor.
Incluso había encontrado una parte mejor de sí mismo.
Mientras Kof pasaba revista a lo que había aprendido, se acordó de su amigo Kif.
Se preguntó si habría leído alguna de las frases que había escrito en las paredes de la Central Quesera Q y del laberinto.

¿Habría decidido liberarse del miedo y salir de la quesera? ¿Habría entrado en el laberinto y descubierto que su vida podía ser mejor?

Kof pensó en la posibilidad de volver a la Central Quesera Q y tratar de encontrar a Kif, suponiendo que diera con el camino de vuelta hacia allí.
Si encontraba a su amigo, tal vez podría enseñarle la manera de salir del apuro.
Pero después se dio cuenta de que ya había intentado que su amigo cambiara.

Kif tenía que encontrar su propio camino, prescindiendo de las comodidades y dejando los miedos atrás. Nadie podía hacerlo por él, ni convencerlo de que lo hiciera. De una manera u otra, tenía que ver por sí mismo las ventajas de cambiar.
Kof sabía que había dejado un buen rastro por el camino para que Kif lo siguiera.
Lo único que este tenía que hacer era leer las frases que él había escrito en la pared.
Se dirigió hacia la pared más grande de la Central Quesera N y escribió un resumen de todo lo que había aprendido.
A continuación dibujó un gran pedazo de queso alrededor de todos los pensamientos
que se le habían hecho evidentes, y sonrió al contemplar el conjunto.

EL CAMBIO ES UN HECHO. El queso se mueve constantemente.
PREVÉ EL CAMBIO. Permanece alerta a los movimientos del queso.
CONTROLA EL CAMBIO. Huele el queso a menudo para saber si se está enmoheciendo.
ADÁPTATE RÁPIDAMENTE AL CAMBIO. Cuanto antes se olvida el queso viejo, antes se disfruta del nuevo.
¡CAMBIA! Muévete cuando se mueva el queso.
¡DISFRUTA DEL CAMBIO! Saborea la aventura y disfruta del nuevo queso.
PREPÁRATE PARA CAMBIAR RÁPIDAMENTE Y DISFRUTAR OTRA VEZ. El queso se mueve constantemente.

Kof advirtió lo lejos que había llegado desde que saliera de la Central Quesera Q en la que había dejado a Kif, pero supo que le sería fácil cometer el mismo error si no estaba atento.
Así pues, todos los días inspeccionaba la Central Quesera N para saber en qué estado se encontraba el queso. Iba a hacer todo lo posible para impedir que el cambio lo pillase desprevenido.

Aún quedaba mucho queso, pero Kof salía a menudo al laberinto y exploraba nuevas zonas para estar en contacto con ,lo que ocurría alrededor.
Advertía que era más seguro estar al corriente de sus posibilidades reales que aislarse en su zona segura y confortable. De pronto le pareció oír ruido de movimiento en el laberinto.
El ruido era cada vez más fuerte, y advirtió que se acercaba alguien.
¿Sería Kif? ¿Estaría a punto de doblar la esquina?
Kof rezó una oración y esperó, como tantas veces había hecho, que su amigo finalmente hubiera sido capaz de...

¡MOVERSE CON EL QUESO Y DISFRUTARLO!




Convivir con un enfermo crónico: Para atender bien hay que estar bien

Convivir con un enfermo crónico
 Para atender bien, hay que estar bien

No hay domingos ni festivos. No hay descanso para quien ha asumido la responsabilidad del cuidado de un familiar en estado grave y crónico (ejemplos no faltan: sida, cáncer, Alzheimer, patologías psiquiátricas graves, ...) por mucho que haya momentos en que otras personas la sustituyan en esta absorbente tarea.
La actividad se mantiene siempre presente en el pensamiento del cuidador, y puede acabar convirtiéndose en una obsesión.
El principal problema afecta al paciente, pero también quienes los atienden día y noche sufren las consecuencias de una enfermedad grave o incurable. Es una situación que sobreviene y a la que la familia hará frente.

Y, al final, el tiempo, las relaciones domésticas y sociales, el ocio, la emotividad personal y la vida entera del asistente, girarán en torno a las necesidades que plantea ese ese padre, madre, hermano o amigo que se han convertido en el centro de su rutina.
El auxiliador, por mucho que se provea de abnegación, compasión humana y dedicación al enfermo, puede terminar sintiéndose asfixiado y atrapado por sentimientos difícilmente controlables. 
Entre ellos, la frustración de un esfuerzo aparentemente baldío: el enfermo no mejora o incluso su salud se deteriora.
La conciencia de que se recorre un camino sin retorno y la constatación de la desesperanza del paciente convierten a la situación en una travesía erizada de dificultades, y, en algunos casos, carente de estímulos.
A este escenario emocional hay que añadirle el cansancio físico que supone la multiplicidad de papeles en que se desdobla el cuidador, para seguir atendiendo -además de los constantes requerimientos del enfermo- las tareas de su vida cotidiana.
Si al finalizar el día (nunca se sabe si el trabajo acabará a medianoche o si habrá que levantarse en plena madrugada) se le preguntara al asistente cómo se encuentra, la respuesta más probable será: "cansada, muy cansada, prefiero no pensar, lo que me gustaría es dormir" (estas tareas, entre nosotros, normalmente la desempeñan las mujeres; de ahí, el femenino).
Cuando la situación se prolonga meses o años, o se hace impredecible su fin, puede generar desajustes y tensiones familiares.
Es un panorama estresante, y conviene tanto no dejarse llevar por la emotividad que suscita el contacto permanente con el enfermo como no caer en una total dedicación, física y mental, al paciente.
El objetivo es doble: que no caiga el cuidador víctima de enfermedades o depresiones, y que mantenga sus fuerzas en equilibrio, cara a ser más eficaz en la atención al ser querido, que tanto requiere de nosotros en la última fase de su vida.
Una situación nueva y desconocida.


Lo primero es el realismo.
No podemos partir del "yo puedo con todo", sea cual sea nuestro carácter o el esfuerzo y las horas a invertir.
No nos creamos imprescindibles ni pensemos que sin nuestra colaboración el desenlace será inminente o en más dolorosas circunstancias.
 "Ellos no saben hacerlo y le hacen daño" o " conmigo está más tranquilo y se siente más seguro" o "lo que él quiere es estar conmigo, porque se sabe más atendido" son planteamientos poco prácticos.
El cuidador, con su dedicación exclusiva y absorbente, no conseguirá sino agotarse y frustrarse.
No podrá impedir que haya momentos en los que el enfermo sufra o en los que incluso le tiranice.
Además, esta postura radical causa sentimientos de culpabilidad, cuando el asistente tiene que recurrir a la ayuda de otras personas.
Tampoco debe caerse en el victimismo del "no puedo más, si esto sigue así, me lleva a mí por delante, estoy destrozada de los nervios", sin hacer nada por solucionar problemas que empiezan a hacer un daño serio al cuidador.
Seamos sinceros y realistas.
Permitámonos sentir el miedo a la muerte, pero no consintamos en que nos bloquee o paralice.
La asunción de la muerte sirve para ayudarnos a ser cautos, responsables y amantes de nuestras vidas.
El enfermo nos recuerda cada minuto que la vida tiene un fin, y que es ineludible.
Si aprendemos a convivir con nuestro miedo y hablamos de la muerte con naturalidad daremos salida a esa incomodidad que propicia tensión y rigidez a la hora de pasar nuestros días con enfermos crónicos graves.

Ante la tristeza, serenidad.
Instalarse en la negatividad, en la desesperanza, cuando se cuida a diario a uno de estos enfermos, es cosa fácil, casi natural.
Lo apropiado es mirar con serenidad esa etapa, que tiene tres vertientes: la del propio cuidador, la de su familia y la de la persona a quien se ha decidido asistir.
Para que nuestras fuerzas resulten eficaces y atendamos satisfactoriamente al enfermo, el ánimo del cuidador tiene que ser positivo, porque de él y de su serenidad a la hora de tomar las decisiones que se vayan planteando en la relación con el paciente, depende que nos sintamos en paz con nosotros mismos respecto al propósito adquirido: que la convivencia disfrute de un clima de comunicación.
Y que, dado lo irreversible de la enfermedad, tanta dedicación tenga su lado positivo: el estrechamiento de los lazos de solidaridad familiar.
Y, por supuesto, que la ayuda al enfermo sea un auténtico acompañamiento en lo que se prevé sea su recta final.
El cuidador debe ayudarse a sí mismo a sentir la ilusión por vivir, cada instante de su vida.
Así podrá transmitir alegría y serenidad al enfermo.
No deben faltar hacia este palabras amorosas, besos y caricias: llenarán el recuerdo de nuestro comportamiento con esa persona enferma.
  • Puede ser útil que recordemos algunas pautas que ayudan al cuidador de un enfermo grave crónico o incurable a mantener un buen equilibrio físico-emocional :
  • Distribuir el tiempo: todos los días (al margen de la labor de asistencia al enfermo) dispongamos de un rato para nosotras mismas y otro para la convivencia familiar o social.
  • Dedicar, más que nunca, tiempo y mimo a nuestra pareja e hijos.
  • El mundo y la vida, siguen. Procuremos mantener las relaciones con los amigos, aunque tengamos que espaciarlas. El teléfono también sirve.
  • Pasear o hacer ejercicio, al menos durante media hora al día.
  • Acudir cada cierto tiempo a espectáculos (teatro, cine, música), museos, ...
  • Contratar la ayuda de profesionales, para que, al menos cada cierto tiempo, pasen la noche con el enfermo. O pedir ayuda a familiares o amistades, para que nos reemplacen.
  • No descuidar la alimentación ni el descanso. Cansados o tristes no haremos bien nuestro trabajo. El enfermo lo notará. Necesita ayuda, pero también conversación y buenas vibraciones.
  • El enfermo además de cuidados básicos - alimentación, limpieza y medicalización- precisa tranquilidad y mucho afecto. Le ofreceremos nuestras palabras tranquilas y de acompañamiento. Y, junto a ellas, caricias y besos, exponentes de nuestra cercanía y amor.
  • Mantendremos una buena condición física y emocional. Nuestra vida ha sufrido cambios, pero sigo siendo protagonista de ella: intento que se trastoquen lo menos posible mi trabajo, aficiones, cuidados y relaciones con las personas queridas.
Fuente: Consumer Eroski